Pensiones: ¿Recortes o redistribución?
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El avance, antes triunfal, de los que abogan por recortar las pensiones futuras, se ha topado con las movilizaciones de los pensionistas, que exigen, al menos, el mantenimiento de su poder adquisitivo. Lo que, hasta hace no mucho, se había limitado a un argumentario académico, dominado por la idea de que el envejecimiento demográfico obliga a recortar las expectativas de pensión y hasta las pensiones ya vigentes (con la reforma de 2013) se desplaza ahora al ámbito político de la distribución de la riqueza, muy influida por la relación de fuerzas imperante en cada momento. En realidad, la demografía siempre ha representado una coartada para intentar evitar que los numerosos cotizantes del pasado puedan cobrar las pensiones a las que tienen derecho. La redistribución ha sido siempre el núcleo del problema y, en las circunstancias demográficas actuales y futuras, cualquier recorte a los pensionistas implica necesariamente un mayor enriquecimiento de otras categorías, sin hablar de las “oportunidades de negocio” que los recortes abren al sector financiero.
El alarmismo con el que muchos medios de comunicación y algunos economistas alertan del envejecimiento demográfico en España podría hacer pensar que nuestro país es un caso extremo. Pero esto no es así: no somos el único país cuya población envejece y ni siquiera somos el país en el que este fenómeno tiene mayor intensidad, ni donde la tendrá en el futuro. Si ordenamos los actuales 28 países de la Unión Europea de mayor a menor envejecimiento en 2017, estos van de Italia, con 22,3% de 65 años o más, el país más envejecido, a Irlanda, con 13,4%. España, con 19% de 65 o más, se sitúa en el centro, en el rango 15: 14 países miembros tienen actualmente una población más envejecida que la nuestra y un peso más elevado de mayores sobre la población adulta, entre ellos Italia, Alemania (21,2% de 65 o más), Suecia (19,8%) y Francia (19,2%). En cuanto al futuro, según la proyección de EUROSTAT de 2015, tanto la proporción de mayores, como la “ratio de dependencia” [1], aumentarán hasta aproximadamente la mitad de los años cuarenta de este siglo y después disminuirán. En los primeros años, hasta 2035, los indicadores para Italia, Alemania y España están muy próximos, con España por debajo de los otros dos países. Entre 2035 y 2045, el porcentaje de mayores en Alemania estará por debajo del de España y el de Italia por encima. A partir de 2045, el envejecimiento disminuye fuertemente en España, hasta llegar a ser, en 2081, el país con la menor proporción de población mayor de entre los seis países más poblados de la Unión Europea.
No solo la demografía y su evolución exigen cambios de calado. Nos enfrentamos a otros retos importantes para nuestro futuro e incluso para nuestra supervivencia. Los cambios tecnológicos, en primer lugar, con el vertiginoso aumento de la productividad que conlleva el poder producir más con cada vez menos trabajo
Todas las proyecciones demográficas indican que los cotizantes, muy numerosos en el pasado en todos los países de Europa, se presentarán en la ventanilla de cobros, sobre todo en algunos años que varían de un país a otro y que en España irán hasta 2042-2045. Lo que distingue a las proyecciones entre ellas son los escenarios futuros de fecundidad y de inmigración, que pueden hacer variar fuertemente la “ratio de dependencia”, porque de estos escenarios depende la evolución de la población en edad de trabajar. El propio INE, ha pasado de unas proyecciones hechas en 2016 que daban una “ratio de dependencia” de 66,8% para 2050, a otras difundidas en 2018 que anticipan, para el mismo año 2050, una ratio de 58,3%. Si el envejecimiento futuro es algo cierto, la capacidad de hacer frente al aflujo de pensionistas podría variar considerablemente.
Proyecciones económicas
Las proyecciones económicas no prevén ninguna disminución de los recursos globales, incluso contemplan subidas, aunque sean moderadas, del PIB. Además del aumento de la productividad (mayor producción por hora trabajada), dos factores más pueden intervenir para mantener la producción cuando la población en edad de trabajar tiende a disminuir: el aumento de la tasa de empleo (más trabajadores con la misma población) o el crecimiento de la población con la llegada de inmigrantes. Las dos vías están abiertas. La proporción de personas en edad de trabajar efectivamente ocupada es ahora en España, inferior a la observada en muchos países de nuestro entorno. De los seis países más poblados de la UE, Alemania tiene la tasa de ocupación más alta (75,2% en 2017), casi 15 puntos por encima de la española. La tasa es aún más elevada en un país como Suecia (77%). El margen para un aumento de la tasa de empleo en España es, por consiguiente, todavía muy amplio y no hay que olvidar que el nuestro es uno de los países que más han elevado el nivel educativo de la población. En cuanto a la inmigración, a corto y medio plazo (hasta dentro de 20 años), la fecundidad y la mortalidad seguirán teniendo una influencia escasa sobre la evolución de la población y en particular de la que está en edad de trabajar, que mantendrá su tendencia descendente. Todo indica que, como ha ocurrido en el pasado, el mantenimiento y, a fortiori, el crecimiento de nuestra capacidad productiva futura va a depender de la llegada de inmigrantes. Candidatos para instalarse en nuestro país existen y son necesarios, hay que esperar que políticas antiinmigración, económicamente nefastas, impulsadas por una ideología de ultraderecha, no impidan el crecimiento económico.
La “ratio de dependencia”, que relaciona simplemente dos grupos de edad, no tiene en cuenta estos factores. Solo incluye a los mayores como dependientes, cuando, en realidad, todo aquel que no está ocupado (niños, mayores o adultos que no trabajan) es un dependiente, y en cuanto al soporte de la carga de dependientes, solo los ocupados deberían figurar. La ratio de no ocupados por ocupado mide mejor la carga real de la dependencia. Este indicador apenas crecerá en el futuro, en parte porque el necesario aumento de la tasa de empleo disminuirá el número de adultos dependientes, a la vez que aumenta el número de ocupados y en parte porque la llegada de inmigrantes hace aumentar más el número de ocupados que el de dependientes, debido a la estructura por edad y familiar de los que llegan. Lo que se modificará en el futuro es la composición de los dependientes: aumentarán los mayores y disminuirán los adultos inactivos o parados. Los cambios se producen en una población que permanecerá prácticamente constante, por lo que, según las proyecciones económicas a largo plazo, hará aumentar el PIB per cápita. El problema que se nos presenta no es, por consiguiente, de insuficiencia de recursos, sino de distribución de recursos. Las vías por las que los recursos llegan a cada persona, trabajen o no, son complejas: para los ocupados y los poseedores de capital, los salarios y los beneficios, para los otros una parte de estos recursos primarios, mediante redistribución en el seno del hogar, transferencias privadas a otros hogares y prestaciones o servicios públicos, alimentados por impuestos o cotizaciones. Los cambios que se avecinan pueden exigir ajustes importantes en todo este entramado. ¿Seremos capaces de encontrar soluciones?
No solo la demografía y su evolución exigen cambios de calado. Nos enfrentamos a otros retos importantes para nuestro futuro e incluso para nuestra supervivencia. Los cambios tecnológicos, en primer lugar, con el vertiginoso aumento de la productividad que conlleva el poder producir más con cada vez menos trabajo. El salario, como forma principal de distribución de los recursos, deja de funcionar bajo la doble presión del desempleo y de la bajada de costes salariales. La sostenibilidad medioambiental, por su parte, exige encontrar maneras de revertir a nuestro planeta los desgastes y la contaminación de todo tipo que representan verdaderos costes de producción hasta ahora no asumidos. Otra lógica que la de maximizar el beneficio empresarial y los rendimientos financieros debe implantarse para asegurar la continuidad productiva y la sostenibilidad de nuestra especie. La demografía, el llamado envejecimiento de la población, no es más que un aspecto más de la maduración de un sistema económico y social que debe ahora superar las viejas reglas que hicieron posible la industrialización, pero que aún defienden los economistas que se consideran a ellos mismos más modernos.
[1] La mal llamada “ratio de dependencia”, por razones que se explican más adelante, se limita a expresar el número de mayores de 65 años por cada adulto de 15-64, en edad de trabajar: Población de 65 o más/población de 15 a 64
Juan Antonio Fernández Cordón, demógrafo y economista